Finales de abril de 2007. La Providencia me llevaba en un viaje inesperado desde Foligno, en la espléndida tierra de Umbría, hasta Tierra Santa, donde la "belleza" tomó nombre y rostro. Yo todavía no era un hermanito, sino un joven sacerdote que pasaba un tiempo de discernimiento en la comunidad de los «Hermanitos de Jesús Caritas» y que, en aquella ocasión, acompañaba al prior, hermano Gian Carlo, a una estancia en el fraternidad de Nazaret, la ciudad de Jesús Mi primera vez en la Tierra del Santo. El vuelo fue realmente especial. Gian Carlo y yo nos sentamos uno al lado del otro con un asiento vacío a mi derecha, cerca de la ventana. Al cabo de unos instantes veo llegar una persona pidiendo sentarse. Un sacerdote. Gian Carlo lo saluda afectuosamente. «¡Increíble! - pienso - en este vuelo, en el único asiento vacío a nuestro lado, se sienta una persona, un sacerdote, que Gian Carlo parece conocer bien: ¡providencial!».
"Ve y cuenta a Juan lo que oyes y ves: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan" (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe - nos recuerda el Papa Francisco - nos hace pedir para ellos algo más que la salud física: «pedimos una paz, una serenidad de vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo, que el Padre nunca niega a quienes con confianza se lo piden." Si Don Guanella había heredado el carácter emprendedor de su padre Lorenzo, que durante casi veinte años fue responsable de la administración pública del municipio de Campodolcino, la sensibilidad de su corazón, sin embargo, llevaba los signos de la ternura de su madre, María. La fusión de estos elementos dio un rostro a su espiritualidad de "contemplativo en acción": nunca separó su acción concreta en favor de los pobres de su relación con Dios. Éste es precisamente el aspecto de su alma como mística en acción. La profesión de su fe era ofrecer la oportunidad a las personas de encarnar el mensaje de Jesús en sus vidas.
La sala Pablo VI estaba repleta de la gran familia guanelliana que llevó al Vaticano el color de los rostros de los pueblos del mundo, para demostrar que el color de la piel de Dios es el calor de una caricia de amor. Más de siete mil personas llenaron la sala Nervi esperando una palabra de aliento del Pontífice. En nombre de toda la familia guanelliana, la Madre Serena, superiora de las monjas guanellianas, saludó al Papa Francisco expresando sentimientos de constante atención al misterio del Papa a quien, con Guanella, consideraba la "Estrella Polar" en su peregrinación por las calles de los pobres.