Discípula de san Luis Guanella, Chiara combinó una intensa oración con una eficaz acción educativa.
È piedra fundamental de las obras guanellianas
por Don Gabriele Cantaluppi
LLas niñas esperaban su lección de catecismo y esperaban ser asignadas a la clase de sor Chiara. Lo deseaban porque su buen espíritu sabía atraer; ella se mostró acogedora y serena al comprender sus problemas y cuando la vieron corrieron alegremente hacia ella. Oraciones, cantos, momentos de juego o la preparación de representaciones teatrales amenizaron los días en su compañía.
Candida Morelli, su compañera en el verano de 1871, recuerda que incluso los pequeños que a veces le confiaban se dejaban conquistar por su dulzura y paciencia. Sabía atraerse su simpatía contándoles historias divertidas, ofreciéndoles en ocasiones algún regalo, generalmente imágenes sagradas, con las que se ganaba su cariño. Sin embargo, tenía cuidado con el peligro de las simpatías o de la excesiva sensibilidad: todos los quería y a todos se entregaba, olvidándose de sí misma. Al regresar con sus familias, las niñas expresaron su entusiasmo, hablando del tiempo que pasaron con ella, las enseñanzas que recibieron y los diversos compromisos que ella les dio.
El día en que, a los veinte años, vistió el hábito religioso, pidió al Señor estar siempre dispuesta a hacer el bien a todos, como ella había deseado desde niña. Nacida en Pianello del Lario, a orillas del lago de Como, el 27 de mayo de 1858, la menor de once hermanos y bautizada con el nombre de Dina, fue enviada siendo niña a trabajar en la fábrica de seda propiedad de su padre. Sin embargo, su frágil constitución convenció a su familia a orientarla hacia los estudios y durante unos seis años fue acogida entre las monjas canossianas de la cercana localidad de Gravedona. A ella también le hubiera gustado unirse a ellos con votos religiosos pero, quizás por su carácter tímido e introvertido, no la consideraban apta para una vida de compromiso apostólico.
De regreso a Pianello, se unió a la Pía Unión de las Hijas de María promovida por el párroco Don Carlo Coppini, tomando, según las costumbres de la época, el nombre de Chiara. En 1881 Don Luigi Guanella, que sucedió a Don Coppini, asumió gradualmente la dirección del pequeño grupo, hasta convertirlo en la Congregación de las Hijas de Santa María della Provvidenza. En 1886 Chiara fue trasladada a la casa abierta por Don Guanella en Como, para dedicarse a los ancianos pobres y a los jóvenes trabajadores. Consumida por el cansancio y la tuberculosis, murió el 20 de abril de 1887.
Don Luigi Guanella lo definió como "su verdadero legado" porque supo vivir, a pesar de la brevedad de su existencia, el carisma guanelliano de la caridad, expresado en las palabras: "Oración y sufrimiento".
No es que fuera rebuscado: cuando era necesario corregir sabía hacerlo con amabilidad y determinación, superando su carácter tímido. Una de las chicas, Gervasa, había respondido con dureza a su reprimenda. Sor Chiara bajó los ojos y guardó silencio. Ese silencio, confesó la propia niña, valió más que un largo discurso. Don Bosco enseñó también que "en ciertos momentos muy graves, una recomendación a Dios, un acto de humildad hacia Él, es más útil que una tormenta de palabras".
Si bien comprendía las debilidades ligadas a la edad de los internos, se mostraba decidida ante algún defecto a erradicar o alguna mala inclinación, poniendo al culpable ante su responsabilidad y eventualmente imponiendo un castigo proporcionado, sabiendo cómo para luego quitarlo cuando le pidieran perdón.
Incluso cuando en Como le fueron confiadas niñas mayores que se preparaban para el servicio en las familias, tuvo que sufrir mucho por actos de indisciplina e irresponsabilidad.
Ciertamente, los esfuerzos no siempre tuvieron éxito, hasta el punto de que escribió a don Guanella: «Aquí tenemos cinco muchachas que trabajan y piensan como si tuvieran cincuenta años. Todos estamos tristes y asombrados por estas hijas". Una, llamada Marta, le hizo pasar malos ratos por su carácter independiente y frívolo, pero ella siguió cuidándola. Reconoció la dificultad de educar a esas niñas como le hubiera gustado, demostrando que poseía una habilidad fundamental para todo educador: la humildad de admitir los propios límites y de pedir consejo a quienes tienen más experiencia.
Su línea educativa fue el resultado de la formación adquirida durante los años de estudio para obtener la licencia de maestro, aunque el cambio repentino en las directrices de la autoridad escolar hizo en vano las expectativas de obtener el título oficial.
Considerando su tarea como una verdadera misión, dio gran importancia a la educación religiosa, precediendo con su testimonio de vida y aplicando también métodos específicos y concretos: ante todo la atención a las inclinaciones personales, para adaptar cada intervención educativa a los diversos temas. Al encomendarle alguna tarea intentaba preparar el alma de la elegida para amar lo que se le pedía. Por esta bondad, testimonia una de ellas, «amamos a sor Chiara como a una madre. A la hora de corregir sabía utilizar en ocasiones la gracia, pero también la fuerza, aunque fuera de carácter tímido."
Para ella, ser educadora era una manifestación de su tendencia mística, que la empujaba a pasar largas horas en oración y a experimentar la pasión de Jesús en su espíritu, incluso con el "don de las lágrimas". Así llevó a sus alumnos a participar en su propia experiencia espiritual. Una de ellas, Teresa, muy angustiada por la separación de su familia, le aconsejó "poner su corazón en una cajita y entregárselo al Corazón de Jesús".
Más de un siglo después, estas palabras del Papa Francisco ofrecen un breve resumen del Beato Bosatta como educador: «La educación no consiste en llenar la cabeza de ideas, sino en acompañar y animar a los jóvenes en el camino del crecimiento humano y espiritual, mostrándoles ¡Cuánta amistad con Jesús resucitado dilata el corazón y hace la vida más humana!".