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por Eraldo Affinati

Todos estamos obsesionados con el resultado. Y, sin embargo, todo verdadero camino educativo no digo que deba ignorarlo, porque en realidad sigue siendo fundamental saber hacia dónde nos dirigimos y hacia dónde queremos ir, pero sería necesario desarrollar pasiones capaces de sostener el camino, antes de llevándonos a la meta. Saber permanecer en el fragor de la batalla, sin engañarnos de que podemos liberarnos de ella, representa el coraje pedagógico más distintivo.

¿A qué contrastes quiero aludir? Habiendo tratado siempre con adolescentes, pienso sobre todo en el obstáculo que un quinceañero plantea al adulto que tiene delante: el clásico bucle del bucle que preside la educación sentimental. En esencia: poner a prueba en uno mismo los límites sociales y legales desarrollados por la civilización humana. Esas señales sin las cuales no podríamos vivir. Aquellas legislaciones que nos permitan superar el caos primordial. Aquellos preceptos destinados a regular la convivencia social. El famoso “mal menor” que Leibniz, entre otros, consideraba imprescindible. 

Escritos así parecen discursos abstractos, pero cada vez que me acerco a Claudio, que lleva dos años en casa sin hacer nada después de octavo grado, los siento dramáticamente ciertos. Le explico que si continúa frecuentando el círculo de amigos del centro comercial, en las afueras de la ciudad, corre el riesgo de caer en un remolino y me mira fascinado, como si le hubiera indicado el futuro que oscuramente miedos. ¿Qué quiere decir, profesor? Esto es lo que me preguntas. Y yo respondo: vórtice, es decir, desconcierto, delirio. Falta de control. El chico no es tonto, ni mucho menos, de hecho está dispuesto a responder: ¡paro cuando quiero! La típica frase del joven en riesgo. 

La drogadicción surge de estos recovecos internos, en la noche espiritual que a veces ha recordado el Papa Francisco, sabiendo lo importante que es no dejar solos a los niños en los momentos difíciles que lamentablemente viven. Si te alejas de ellos durante la crisis, estás cometiendo un pecado mortal, me gusta reformular esta creencia de esta manera. Y puedes hacerlo de muchas maneras: por ejemplo, simplemente escandalizándote o llamando al director.

Por el contrario, el mejor comportamiento debería ser afrontar la tensión ofreciendo una guía iluminada, es decir, un apoyo y una referencia personal: esto implica la capacidad de atravesar los espacios lingüísticos, geográficos y existenciales que a primera vista nos parecen ajenos. . Poder permanecer entre la multitud salvaje sin pretender permanecer puro e inmaculado significa lidiar con la historia y la propia conciencia. El educador no es quien posee una verdad que debe ser impartida y destilada, sino el guía capaz de acompañar a los niños hacia una meta que deben alcanzar juntos: sabe más, coincidió, pero está llamado a demostrar continuamente los valores en lo cual él cree, evitando aferrarse a ellos como si fueran talismanes. 

¿Cuándo llegas a la cima? Esta es la pregunta más importante a responder. No se trata de encontrar un tesoro externo a nosotros mismos, una sabiduría misteriosa o quién sabe qué herramientas cognitivas. Primero debemos hacer funcionar la máquina: nuestro carácter, nuestra sensibilidad, nuestra tradición cultural. Lo que pueda pasar no depende sólo de nosotros, de hecho la retroalimentación educativa casi siempre llega de formas y tiempos impredecibles, quizás años después de personas diferentes a las que pensábamos. es como si los procesos de aprendizaje, incluso si parecen afectar sólo a dos partes directamente interesadas, el joven y el adulto, crearan repercusiones colectivas. El camino que el maestro y el alumno creían tomar solos, tarde o temprano nos damos cuenta, llevaba en sí el signo de la comunidad social, incluso cuando ésta parecía ausente. Cuestión de técnicas, tradiciones, reflejos condicionados. Toda acción pedagógica profunda modifica el pasado del que deriva y prefigura el tiempo futuro. 

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