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por Gianni Gennari

Jesús dijo: “Yo soy el pan que da vida. El que se acerca a mí con fe, ya no tendrá hambre; el que en mí confía, no volverá a tener sed" (Jn 6, 35)

Pan, vida, hambre y sed. El Señor vuelve aquí a la afirmación central, que se refiere a sí mismo: "Yo...", este "Yo" que sale de la boca de Jesús, y que es el signo de su conciencia total. Jesús sabía bien quién era, cuál era su misión, cuál era su camino, cuál era la voluntad del Padre que lo había enviado, que lo había generado en la eternidad y en la historia, cuál era el camino con el que debía haber caminado en hermanos, estos pobres, pequeños, ignorantes, débiles pecadores que él ha elegido a su alrededor y quiere atraer consigo al Padre.

He aquí entonces que en el contexto del discurso sobre el pan, el Señor obliga a quienes lo escuchan, y de alguna manera a nosotros los que leemos, a dar el salto. Desde el pan que se parte cada día en la mesa familiar hasta el pan que se parte una vez por todas en la mesa de la historia y de la eternidad, en la mesa de la cruz: que es él. Él es el pan que da vida, el pan que verdaderamente quita el hambre y la sed. Hambre por el sentido de la existencia. Por supuesto: acaba de frustrar las esperanzas de quienes querían pan para llenar sus estómagos.

El Señor simplemente dijo: no, no por esto debéis buscarme, por las cosas que os doy, debéis buscarme por mí mismo. Entonces emerge este "yo". Él es el pan que da vida, el que quita el hambre, el que quita la sed. Quita el hambre de significado a la existencia. Cuando nos encontramos con personas que nos preguntan cuál es el sentido de la vida, por qué estoy en este mundo, aquí está... Recuerdo una vez a un niño, víctima de un gravísimo accidente de tráfico, que quedó paralizado de los hombros para abajo. Había descubierto que el verdadero problema a resolver no era curar, sino encontrar, descubrir en esta situación qué sentido podía tener su vida... Allí está el lugar del gran anuncio, presenciado en vida... Hambre de sentido de la vida, sed de algo que llene de sentido la vida. Está claro cuál es esta respuesta. Hoy incluso la psicología parece haber descubierto que la única respuesta al problema del sentido de la existencia es el amor. El amor con el que el hombre supera su único y fundamental problema: el de la soledad.

Soledad: significa quebrantamiento. Soledad: significa muerte. Soledad: significa falta de sentido. Soledad: no significa nada. Ante esta realidad, el Señor se ofrece no como quien soluciona los problemas del estómago, los problemas terrenales -porque los problemas terrenales y del estómago nos son confiados a nosotros, porque Dios hizo el mundo y lo puso en manos del hombre-, sino que se ofrece como el que deja entrar definitivamente en la historia la semilla del amor sin límites, que, puesta en el seno de la historia, da a luz a los hijos de Dios.

Damos gracias al Señor, porque nos hace comprender esto, nos hace comprender que él es el sentido de nuestra existencia, nos hace comprender que una vez que nuestra existencia está anclada en él, nuestra capacidad de amar, nuestra capacidad de dar no es sólo agota, pero se multiplica infinitamente. Con él, para él y en él podemos amar infinitamente a los hombres y mujeres, podemos dar a todos un verdadero sentido de la presencia, del significado de la esperanza, que ha venido a llenar, a hacer fecunda y fecunda esta historia. la nuestra, tan miserablemente estéril si la semilla de la palabra de Dios no la hubiera fecundado.

Damos gracias al Señor, que quiso poner la semilla, que es él, dentro del campo que es nuestra existencia.

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