por Gianni Gennari
No te resignes a una vida insípida
Dos días después hubo una boda en Caná, ciudad de Galilea. La madre de Jesús también estaba allí, y Jesús fue invitado a la boda con sus discípulos. En cierto momento se acabó el vino. Entonces la madre de Jesús le dice: "Ya no tienen vino" (Jn 2, 1-3)
El vino. Creo que es una de las realidades más cercanas a nuestra memoria, a nuestra vida; sin vino no se puede comer, al menos allí donde todavía no estamos –por así decirlo– definitivamente arruinados por una cierta modernidad enteramente técnica y artificial, incluso en el comer y en el beber. Recuerdo que cuando era niño el vino aparecía en la mesa sólo una vez por semana, en nuestra mesa larga donde estábamos todos sentados junto con padre y madre, y esa vez a la semana que aparecía había una "gotita" para cada uno, y era una señal de la fiesta.
Aquí estás. Hoy Jesús participa en una fiesta, una fiesta familiar, una fiesta de bodas, una fiesta muy popular y regala vino. Cuando se acaba el vino ordinario, el vino normal, le da vino nuevo.
El vino es alegría, el vino es celebración, el vino es cariño. El vino es amor. El canto al vino, como fuente de amor, de alegría y de amistad, es mucho más antiguo que la era cristiana: bastará recordar a Horacio y a Alceo... Sin embargo, me parece muy interesante constatar que Jesús no sustituye vino, pero da el suyo cuando el otro ha terminado. La alegría que proviene de Cristo nunca compite con las alegrías humanas, con las de la vida cotidiana, con las que nos llegan cada día que nos encontramos con hermanos y hermanas, con las que provienen de luchar por la justicia, de intentar construir un mundo nuevo.
Aquí está la cosa. Porque a veces esta lucha por la justicia, este intento de construir un "mundo nuevo" parece ya no dar frutos, parece perder su sabor y entonces también nosotros nos sentimos tentados a decir "ya no hay vino". En este punto Jesús nos da su vino, puede darnos su vino que, yo diría, tiene el sabor más verdadero y profundo del vino que parece acabado, pero añade un toque nuevo. Así también a veces, cuando saboreamos la alegría de Cristo, de su presencia, de su palabra, de su Espíritu en nosotros, nos damos cuenta de que no está en conflicto con las alegrías de cada día, sino que es algo más que lo que brota de un fuente que va infinitamente más allá de lo que puede ser la fuente de nuestros sentimientos y de nuestro corazón.
Por eso es muy importante que recordemos a Caná. Cuando nos encontramos con una vida que nos parece reducida sólo a agua sin sabor, sin sabor, cuando nos parece que no hacemos más que ahogarnos sin nada a qué aferrarnos, sin ningún motivo para resucitar el sabor de la existencia. o la fantasía de empezar de nuevo cada día... Llegado a ese punto el vino que es Jesús, el vino que es imaginación, que es amor, que es ternura, que es la terquedad de la "esperanza que no defrauda" y con la que empezar de nuevo desde el principio, en ese momento el Señor realmente podrá venir a nuestro encuentro.
Aquí estás. Recuperar el sentido del vino en la vida, negarse a ser o convertirse en abstemio en un sentido profundo, es decir, sin alegría, sin celebración, es importante. Nunca debemos resignarnos a una vida privada de gusto, de imaginación y de fraternidad: ésta es la tarea que hoy los cristianos debemos recuperar en cada momento. Hacer comprender a los demás que el vino de la vida que catamos cada día no tiene competencia, sino una consumación y una maravillosa ayuda en el vino que brota de la presencia del Señor en toda nuestra vida.