«El que hace tesoros y no se enriquece delante de Dios...» (Lc 12, 16-21)
por Franco Cardini
de Galilea, Jesús avanza hacia Jerusalén donde afrontará la Pasión. Este viaje está lleno de acontecimientos y de significado: el encuentro con los samaritanos que se niegan a recibirlo, el contacto con muchos que piden seguirlo -y a quienes les propone duramente sus condiciones-, la organización de los discípulos enviados dos por dos a los diversos lugares en los que pretendía anunciar su mensaje, el anuncio de la elección de los "pequeños", las controversias con los fariseos, la visita a Betania, el fundamento de la oración cristiana que permanecerá así durante excelencia, la Pater; Es durante este viaje que también se cuenta la parábola del "buen samaritano".
Se lo debemos a Luca y, por tanto, a la insistencia del testimonio. de Pedro - la importancia de este viaje, que no está presente de esta forma y con la misma intensidad y significado en los otros dos "sinópticos". El camino de Jesús, tal como lo narra el evangelista Lucas, se vuelve verdaderamente paradigmático de la condición de toda la Iglesia peregrina en la tierra y del propio cristiano, peregrino en la vida. No es casualidad que sean estas páginas las que inspiraron a Francisco de Asís sobre todo a la hora de formular su regla de vida, especialmente en lo que respecta a la pobreza.
Sin embargo, sabemos poco, a nivel histórico, de todo este episodio. Por ejemplo, el efecto de la predicación de los discípulos se nos escapa casi por completo, aunque Lucas testifica que fue extraordinario. Si realmente era así, ya a partir de ese momento Jesús comenzó a ser percibido como un peligro para la casta sacerdotal que ya sentía tambaleante su prestigio entre los judíos y para los fariseos que reducían la Ley a cuestiones formales. la secuencia establecida por Lucas en los capítulos 10-12 es sintomática: privilegio de los pequeños y de los incultos sobre los sabios; mandamiento supremo de amar dirigido esencialmente a Dios y luego al prójimo para ser amados en la misma medida en que nos amamos a nosotros mismos; elogio de la contemplación, en relación con la cual la vida práctica - lejos de ser subestimada - está sin embargo ligada a aquellas cosas que le serán arrebatadas al hombre y que, por tanto, no le son esenciales; oración de Pater; denuncia de la hipocresía y del formalismo ritual en la medida (y sólo en esa medida) que no va acompañada de un estado de ánimo correcto; exhortación contra la avaricia ya que "aunque uno tenga abundancia, su vida no depende de sus bienes".
Y aquí, precisamente, radica la parábola del rico imprudente: la más "actual" y "moderna" quizás, desde un punto de vista psicosociológico, entre las parábolas del Evangelio. Un hombre rico ha tenido una cosecha particularmente abundante: feliz, decide construir graneros muy grandes, recoger allí todos sus bienes y luego retirarse a disfrutar de los frutos en paz y opulencia. Pero Dios le advierte: ahora está en el final de su vida, y todo lo que había preparado para sí irá a parar a lo desconocido.
No ocultemos la sensación de profunda melancolía que sentimos en nuestro interior cada vez que releemos esta página. Porque es la vida de todos nosotros - y especialmente de nosotros, las personas del siglo XX que vivimos corriendo sin descanso detrás del dinero y el éxito - la que Jesús retrata aquí sin piedad. La cosecha se realiza después de la siembra; es siempre y en todo caso una fase posterior a las demás. ¿Y con qué frecuencia aquellos que han llegado cerca de donde querían llegar -y para llegar allí se sacrificaron a sí mismos, a sus seres queridos, tal vez incluso a sus principios e ideales- se encuentran reflejando la melancolía de que "la vida debe vivirse al revés" y "que ¡Nunca se siente bien"! El tipo se va... ¡pobre hombre, justo ahora que se había asentado, después de toda una vida de sacrificios!
Melancolías. Y ni siquiera debemos ocultar que sí, al final las cosas son exactamente así: es muy cruel que el trabajo de toda una existencia no siempre vaya acompañado del regalo de unos años de bienestar pacífico. Porque -y esto también hay que decirlo: porque a nosotros, los occidentales, nos encanta vivir para el dinero y el éxito y luego fingimos desprecio por ellos cuando hablamos de ello- la riqueza, el prestigio, la fama y los honores no son una maldición en absoluto. Años y años primero de falso ascetismo cristiano perseguido sólo de palabra, luego de demagogia demencial, nos han acostumbrado al cliché conformista de que la riqueza y el bienestar son algo de lo que deberíamos avergonzarnos. ¡Cuán más sabios fueron nuestros padres bíblicos, que con razón consideraban la copa de vino llena, el rebaño lleno de corderos, la viña llena de uvas como una bendición de Dios...! Excepto que, si esto es cierto, no lo es menos que la riqueza y el bienestar te arrastran hacia abajo, que te hacen olvidar el resto, que te vuelven duro y aburrido. En este sentido, y sólo en este sentido, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico salvarse.
A Dios, que le preguntaba qué don quería, el joven Salomón pidió sabiduría: que es, en la exégesis teológica, la Pistis-Sofía, la Segunda Persona de la Trinidad, Cristo. Y Dios, al joven lo suficientemente prudente como para pedir sabiduría, le concedió también todos los demás dones que solemos considerar propios de un soberano. Este pedir a Cristo, este buscar a Cristo como centro de la propia existencia es el núcleo de la parábola. El rico insensato no es tal porque crea disfrutar de sus riquezas: lo es porque vive y actúa como si no hubiera nada más fuera de ellas y como si ellas lo fueran todo. Y, en este sentido, el problema no es el de la esperanza de vida, sino la calidad que queremos atribuir a la vida.
Alguien dijo que en la vida deberíamos aprender a actuar como si cada acto fuera el último que se nos permite hacer en esta tierra, y al mismo tiempo aprender a pensar como si tuviéramos que vivir para siempre. Lo que significa precisamente esto: fidelidad a nuestra medida humana en las elecciones y en las acciones, arraigo firme y profundo en Cristo en el pensamiento.