por Monseñor Tonino Bello
Santa María, virgen de la mañana, danos la alegría de sentir, aún entre las muchas brumas del alba, las esperanzas del nuevo día. Inspíranos con palabras de valentía. No dejemos que el lamento prevalezca en nuestros labios sobre el asombro, que el desánimo abrume la laboriosidad, que el escepticismo aplaste el entusiasmo y que el peso del pasado nos impida dar crédito al futuro. Dale a nuestras voces la cadencia de los aleluyas pascuales. Las arenas de nuestro realismo están empapadas de sueños. Ayúdanos a comprender que vale más señalar los brotes que aparecen en las ramas que llorar las hojas que caen. E infúndenos la seguridad de quienes ya ven arder el oriente en los primeros rayos del sol.
Santa María, virgen del mediodía, danos el estremecimiento de la luz. Inspíranos con la humildad de la investigación. Devuélvenos a la fe que otra madre, pobre y buena como tú, nos transmitió cuando éramos niños, y que quizás algún día vendimos en parte por una miserable ración de lentejas. Llena nuestras tinajas con el aceite destinado a arder ante Dios. Que la luz de la fe, incluso cuando adquiera acentos de denuncia profética, no nos haga arrogantes ni presuntuosos, sino que nos dé la alegría de la tolerancia y la comprensión. Sobre todo, libéranos de la tragedia de que nuestra creencia en Dios sigue siendo ajena a las elecciones concretas de cada momento, tanto públicas como privadas, y corre el riesgo de no convertirse nunca en carne y hueso en el altar de lo cotidiano.
María Santa, virgen de la tarde, madre de la hora en que volvemos a casa y saboreamos la alegría de sentirnos acogidos por alguien, danos el don de la comunión. Os lo pedimos para nuestra Iglesia, que tampoco parece ajena al atractivo de la fragmentación. Te pedimos por nuestra ciudad, que muchas veces el espíritu partidista reduce tanto a terreno en disputa. Te pedimos por nuestras familias, para que el diálogo y el disfrute pacífico de los afectos domésticos hagan de ellas un lugar privilegiado de crecimiento cristiano y civil. Te lo pedimos por el mundo entero, para que la solidaridad entre los pueblos sea redescubierta como el único imperativo ético sobre el que basar la convivencia humana. Y los pobres pueden sentarse, con igual dignidad, a la mesa de todos. Y la paz se convierte en el objetivo de nuestros compromisos diarios.
Santa María, virgen de la noche, te imploramos que permanezcas cerca de nosotros cuando el dolor se avecine, las pruebas irrumpan y el cielo negro de las preocupaciones o el frío de las decepciones, o el ala severa de la muerte dominen nuestra existencia. Alivia el sufrimiento de los enfermos con caricias maternas. Llena el tiempo amargo de quien está solo con presencias amables y discretas. Preserva de todo mal y consuela, con el destello conmovedor de tus ojos, a nuestros seres queridos que se afanan en tierras lejanas, a los que han perdido la fe en la vida. Si en momentos de oscuridad te acercas a nosotros y nos susurras que tú también estás esperando la luz, las fuentes de lágrimas se secarán en nuestros rostros. Y juntos despertaremos el amanecer.