Confirmación para redescubrir un regalo. La vida humana marcada por el abrazo de Jesús es fragante y esta fragancia se siente en el mundo
por Andrea Ciucci
Casi todas las fotografías de la Confirmación muestran al Obispo ungiendo al confirmado sobre cuyo hombro descansa la mano del padrino. Esta imagen contiene en sí misma todos los símbolos de la Confirmación.
El menos visible de todos es sin duda el crisma, el aceite perfumado que se utiliza para ungir. El aceite es el terror de todas las madres: mancha, es grasoso, no se quita nunca. Como el amor de Dios hacia cada hombre: lo marca, lo mancha, nunca falla. Como todo sacramento, el Señor actúa ante todo en los signos: es Él quien marca y confirma su elección de amor, su predilección, su llamada. Él es el Dios fiel que cumple su promesa y en cuya fidelidad podemos a su vez llegar a ser confiables y confiados.
Y luego está el perfume, el perfume de Cristo, como escribe san Pablo (cf. 2Cor 2,15). La vida humana marcada por el abrazo de Jesús es fragante y esta fragancia se siente en el mundo. En este perfume hay una gran síntesis de la experiencia cristiana: amada y cuidada por el amor de Dios, se difunde y testimonia en todo el mundo.
A un anciano obispo le encantaba explicar la confirmación a los niños con tres letras: C, R y S. Estas son las consonantes que tienen en común la Confirmación, el Crisma, Cristo y los cristianos. El estrecho vínculo entre este sacramento y el del bautismo vuelve a ser evidente: lejos de ser una doctrina, una moral o, peor aún, un signo de identidad cultural o nacional, ser cristiano significa llegar a ser como Cristo, como Jesús, cambia la vida, lo modela, lo conforma: a veces este camino tiene la dulzura del centésimo de la vida vivida, otras veces tiene la dureza dolorosa de la rigidez y del egoísmo que el Espíritu rompe.
Vale recordar que el signo trazado por el Obispo en la frente de cada confirmado es el de la cruz, el lugar donde Jesús muere por amor. Recordamos a nuestros seres queridos que están por ser confirmados que este sacramento habla de un amor hasta la muerte. ¡Nada menos!
Luego están las manos: las del obispo y las del padrino. Antes de la crismación, el obispo los levantó sobre los niños en un momento de oración. La imposición de manos es un gesto importante, solemne, hay una entrega significativa que hacer, una bendición que impartir. El hecho de que se trate de un obispo o su representante acentúa la importancia del momento: toda la Iglesia se conmueve por este gesto, en su más alta expresión personal, que se arriesga y también se ensucia las manos para ungir a los confirmandos. Como el Señor, toda la comunidad cristiana se implica directamente en acompañar a cada uno de sus miembros para parecerse cada vez más a Jesús.
Este es también el significado de la otra mano presente en la fotografía: la del padrino. Es su mano la que acompaña al confirmante en este momento, es su voz la que lo presenta al Obispo, es su presencia la que tranquiliza y confirma que nadie, en la vida cristiana, nunca queda solo. Por supuesto, se necesita un verdadero padrino, una persona que sea verdaderamente creyente y esté dispuesta a hacerse cargo del proceso de confirmación, preferiblemente aquel que ya haya sido elegido para el bautismo. Ciertas elecciones de padrinos dictadas únicamente por reglas familiares o conveniencias sociales son objetivamente insatisfactorias. ¡Nuestros niños merecen más!
Esta familiaridad, esta comunidad que no deja a nadie solo, se expresa también en el último gesto de la mano del Obispo: esa caricia/bofetada con la que el Obispo intercambia la paz con la persona confirmada. Es un gesto importante: es don de paz y de comunión, un don exigente que marca, afecta, implica, exige una gran responsabilidad.
Finalmente las voces: la oración autorizada del Obispo, los cantos y oraciones de toda la comunidad reunida para acompañar y celebrar, el nombre pronunciado por el padrino, y luego, finalmente el Amén del confirmado. Al releer el rito de la Confirmación, se nota una cierta pasividad del confirmado: es acompañado, ungido, acariciado, ¡ni siquiera aparece solo! Dice sólo unas pocas palabras: "renuncio" y "creo" durante la profesión de fe que precede a la crismación y luego "amén", inmediatamente después de la unción. Pocas palabras pero, si lo piensas bien, absolutamente imprescindible.
Amén, lo sabemos, significa “¡Confío en ti!”; dentro de esta palabra hebrea está la raíz de la palabra “roca”: tú Señor eres la roca sobre la cual puedo construir mi vida, tú eres el acantilado donde puedo agarrarme cuando la tormenta se lo lleva todo, tú eres la solidez de mi días... De vez en cuando corremos el grave riesgo de pronunciar esta pequeñísima palabra de cuatro letras por convención, por tradición, por un pequeño ritual consciente. Más bien, es una palabra para redescubrir, para disfrutar, para pronunciar con calma, quizás de manera muy particular, en la oración familiar durante los días que preceden a la confirmación de uno de los miembros, cuando la fotografía de la Confirmación de alguien que ha ya se ha vivido para recordar a todos lo que está por suceder.
Después de todo, ¿quiénes somos realmente? Hombres y mujeres capaces de decir libremente "Amén", felices de confiar y caminar por la vida con Jesús, ebrios de su olor.