Desde la vida de Abel en adelante, el hombre ha descubierto que la oración es la fuente de energía más poderosa que las personas pueden experimentar. A lo largo de la Biblia, la oración aparece como el aliento de todo ser viviente. Este aliento, evidentemente, era el alma de la familia de Nazaret. Para José, María y Jesús, la invitación a la oración se marcó en cinco momentos del día, casi para dar continuidad a la alabanza, obedeciendo la palabra que Jesús habría enseñado a los discípulos como leemos en el Evangelio de Juan: «Sin conmigo no hay nada que puedas hacer" (15,5) y en el de Lucas: "Debemos orar siempre" (Lc 18,1).
En la literatura religiosa existe un libro clásico que ha ayudado a muchas almas a encontrar el rostro de Dios, se trata del "Diario de un peregrino ruso". El protagonista es precisamente un peregrino que atraviesa Ucrania y Rusia llevando únicamente pan seco y la Biblia en su bolso. Este peregrino, que asistía a misa, quedó impresionado por la exhortación de san Pablo a "orar sin cesar". Sin experiencia, comienza a buscar a alguien que pueda enseñarle a vivir la vida cotidiana y al mismo tiempo tener su mente continuamente dirigida a Dios en oración. Finalmente, encuentra a un «starec», un padre espiritual, que le enseña la llamada oración de Jesús, es decir, la «oración del corazón» que consiste en la repetición, a modo de letanía, de esta expresión: «Señor Jesús Cristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador".
El peregrino emprende su camino y, a su oración constante en forma de letanía, suma su experiencia personal y la de testigos cualificados de fe que encuentra a lo largo del camino. El objetivo de la peregrinación es aprender a orar para encontrar a Jesús, el maestro, "el camino, la verdad y la vida".