Las palabras de Pablo VI pronunciadas en Nazaret con motivo de su visita a Tierra Santa siempre han ejercido para mí una gran fascinación. En aquella ocasión el sabio maestro apeló a sus años de infancia y, sin vergüenza alguna, el Papa dijo: "Oh, cómo nos gustaría volver a ser niños e ir a esta escuela sublime de Nazaret". En ese pequeño pueblo, en esa sagrada familia, como en un cofre de tesoros, Dios había colocado los tesoros de la creatividad: la obediencia amorosa de José, la disponibilidad de María para pronunciar su sí y la gran obra maestra de la humanidad que fue Jesús. Precisamente a la sombra de José y María que, en aquella casa, Jesús aprendió a ser hombre.
Las palabras de Pablo VI pronunciadas en Nazaret con motivo de su visita a Tierra Santa siempre han ejercido para mí una gran fascinación. En aquella ocasión el sabio maestro apeló a sus años de infancia y, sin vergüenza alguna, el Papa dijo: "Oh, cómo nos gustaría volver a ser niños e ir a esta escuela sublime de Nazaret". En ese pequeño pueblo, en esa sagrada familia, como en un cofre de tesoros, Dios había colocado los tesoros de la creatividad: la obediencia amorosa de José, la disponibilidad de María para pronunciar su sí y la gran obra maestra de la humanidad que fue Jesús. Precisamente a la sombra de José y María que, en aquella casa, Jesús aprendió a ser hombre.