En una escena de la película Hannah y sus hermanas, el protagonista (y director) Woody Allen recurre preocupado a su médico porque teme tener una enfermedad mortal. Después de someterse a cuidadosas pruebas y análisis, presentados con el típico sentido del humor tragicómico que caracteriza el estilo del director, el médico le dice que los resultados no revelan nada grave.
El paciente sale del consultorio aliviado y feliz, pero su alegría dura poco: ¿cómo puede saber que la enfermedad no aparecerá mañana? Pronto comienzan a aflorar una serie de pensamientos, y al encontrarse con un amigo, en lugar de comunicar su alivio se encuentra más angustiado que antes: «¿Te das cuenta de qué hilo estamos colgados? ¿No entiendes lo insignificante que es todo? No me voy a morir hoy, pero llegará un momento en que estaré en esa situación. Es algo tan horrible de pensar. Hace unos días compré un rifle, si me dijeran que tenía un tumor me hubiera matado. Lo único que podía detenerme era que mis padres serían destruidos: tendría que dispararles a ellos también, y entonces también tendría un tío. ¿Tú entiendes? Un baño de sangre. Esta idea le quita el placer a todo". Los análisis dieron respuesta a su estado físico, pero no a su preocupación, que no surge simplemente de su estado de salud sino, como muestran brillantemente las secuencias del episodio, de su imaginación. Es su imaginación la que le sugiere lo peor mientras espera los resultados de las pruebas y es siempre su imaginación la que pone fin a su breve estado de alivio: "sentirse bien" equivale a decir que la enfermedad sólo se pospone.
Para obtener la tranquilidad que busca, Allen tendría que someterse a pruebas y controles diarios, sin curar jamás la ansiedad que está en el origen de sus peticiones. Una ansiedad que resulta bastante exasperante, visita tras visita. Cuanto más se entrega a su angustia, más incapaz se encuentra de vivir, aunque goce de buena salud. Esta es su verdadera enfermedad, una enfermedad que está aumentando de manera preocupante en nuestro tiempo. Esta paradoja, representada con ingenio y humor, representa eficazmente el punto de llegada de lo que llamo "cultura terapéutica", la búsqueda de la salud (física pero sobre todo psicológica) a toda costa. Ciertamente, esta cultura no ha conducido a una mejora de la calidad de vida, pero nos ha debilitado profundamente, convenciéndonos de que somos estructuralmente inadecuados para afrontar la dureza de la vida. Por una extraña paradoja, cuanto más te tratas a ti mismo, más enfermo, asustado y necesitado de consuelo continuo te encuentras. Pero sobre todo es el comentario interno con el que se vive la condición de imperfección, como en el episodio de Woody Allen, la verdadera fuente del sufrimiento.