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Martes, 01 de marzo de 2011 15:37

Un amor más fuerte que el mal

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por Vito Viganò

El mundo moderno, sofisticado en progreso técnico, es acusado de buen grado de haber empobrecido su humanidad con un materialismo de placer exasperado, con un espacio exclusivo reservado al arribismo individual y al egoísmo, con un desapego indiferente hacia quienes sufren, luchan o tienen hambre. Generalmente se dice que se han perdido valores, una regresión preocupante. Hay que preguntarse si es realmente cierto. De hecho, son las noticias de hechos tristes las que tienen más resonancia y confirman los síntomas de la degradación humana. Aquellos que dan testimonio del valor de la humanidad actual pasan bastante desapercibidos, como si fueran obvios.
Manuela, al poco de cumplir sesenta años, empezó a tener problemas de equilibrio y dificultad para moverse. Los médicos diagnostican una enfermedad degenerativa del cerebelo, con un pronóstico desafortunado y desesperado. No se puede curar y la perspectiva es una reducción gradual de la capacidad motora hasta bloquear alguna función vital, lo que provoca la muerte. Manuela se convierte así, aunque todavía razonablemente bien, en una paciente terminal, con la expectativa de un deterioro de su condición física que puede durar algunos años.

Su marido anima a Manuela a aceptar su situación, a vivir bien y aun así aprovechar al máximo el tiempo de vida disponible. Profesional consolidado y satisfecho, deja su trabajo para jubilarse anticipadamente. La pareja se adapta a una vida más bien hogareña, dadas las dificultades de Manuela para moverse. A pesar de algunos medicamentos que deberían retrasar la degeneración y de sesiones periódicas de fisioterapia, está claro que la enfermedad sigue su curso.
Poco a poco se hace cargo de todas las tareas del hogar.
Comprar, cocinar, lavar la ropa, limpiar, las ocupaciones que antes desempeñaba Manuela como buena ama de casa, se convierten en sus compromisos diarios. Los planes de vacaciones y viajes previstos para la jubilación están prácticamente cancelados. La pareja avanza, cogidos de la mano, porque el camino rápidamente se vuelve duro, doloroso: Manuela necesita realmente la mano de su marido para los pocos pasos que aún logra dar.
Ahora se hacen necesarios intervenciones y medios especiales. Los servicios y partes de la casa se adaptan a las nuevas necesidades. La silla de ruedas facilita viajes cada vez más complicados. Y en cualquier caso, para pasar de la cama al sofá, a la mesa, al baño, al estudio, es necesaria la intervención del marido que literalmente tiene que abrazar a Manuela para apoyarla en el paso de una posición sentada a otra. básico. Es un símbolo de cómo se aferra a su esposa a quien prometió lealtad y ayuda "en las buenas y en las malas". Pasan meses y años, en esta agotadora tarea diaria de superar las limitaciones de una inexorable degradación del mal, para disfrutar del bien de vivir que aún es posible.
Manuela sobrevivió a su enfermedad durante cinco años y medio, más que las predicciones estadísticas. Tuvo la suerte de no sentir ningún dolor, a pesar de las fuertes molestias. Su enfermedad nunca afectó la claridad de su conciencia. Pudo aceptar su condición con tranquilidad, gracias también al amor y a la dedicación incansable de su marido, que la acompañó ejemplarmente.
Murió hace unos días casi repentinamente, después de un día de fiebre alta, que parecía deberse a una gripe. El marido se despertó en mitad de la noche, tuvo la impresión de que ella ya no respiraba, intentó resucitarla y solicitó la pronta intervención de una ambulancia. Manuela había terminado su viaje y su labor en su cama, al lado del fiel compañero de su vida.
El acompañamiento a un enfermo terminal realizado con tanta delicadeza de amor y dedicación es una auténtica demostración de que esta humanidad moderna no es tan depravada, que todavía es capaz de practicar a fondo los valores humanos más nobles y exigentes. norte

Leer 2593 veces Última modificación el miércoles 05 de febrero de 2014 15:18

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