Si podemos pedir palabras solemnes incluso para las pequeñas cosas, debemos gritar: «Gaudium magnum nuntiamus vobis: Don Guanella será canonizado el 23 de octubre de 2011».
Ese día el Santo Padre Benedicto XVI, en un acto solemne de su magisterio, concederá a don Guanella el título de santidad, con la especialidad de investigador del rostro de Dios y experto en la humanidad frágil y sufriente.
Don Guanella es un campeón de la humanidad exitosa. La santidad es una palabra que infunde miedo, creemos que es digna sólo de personas privilegiadas, marcadas por un destino noble, sin embargo, para el cristiano es la meta de su existencia. Un antiguo filósofo, Platón, dijo que «Podemos perdonar a un niño que tiene miedo a la oscuridad.
La verdadera tragedia de la vida es cuando un hombre tiene miedo de la luz." Cuando pensamos que la santidad concierne a los demás, somos como quienes tienen miedo de la luz. El día del bautismo nacemos santos. Ese día es sólo el amanecer de un camino destinado a vivir en el esplendor de la luz que alcanza su máximo brillo en la práctica de las virtudes cristianas de la fe, la esperanza y la caridad hacia Dios y hacia los hermanos.
La Iglesia siempre ha representado a los santos con una aureola, una luz que enmarca el rostro del santo: su interioridad y su riqueza espiritual emergen como luz. Jesús afirmó en el evangelio: "Vosotros sois la luz del mundo". Me gusta comparar a un santo con el aceite o la cera que, al ser alcanzado por una chispa, se transforma en luz. La vida de un santo es una consagración radical al amor, como lo es para la cera: está enteramente disponible al servicio de la llama y, al consumirse en la llama, difunde la luz.
Los mundos oscurecidos por el materialismo, absorbidos por los bienes terrenales y prisioneros de las tinieblas espirituales esperan la luz del testimonio para iluminar esos fragmentos de lo divino encerrados en la indiferencia. En estos hermanos y hermanas, huérfanos de esperanza sobrenatural, Dios mismo espera el testimonio creíble y transparente de hombres y mujeres de fe.
Don Guanella no pensó que podría alcanzar las cimas de la santidad y ocupar por un tiempo el protagonismo de la Iglesia universal, pero creyó en su posibilidad de convertirse en santo y se dejó moldear por Dios, consciente de que sus obras de caridad floreció en sus manos movida por el gran y único Artista de la historia de la santidad: Dios. De hecho, su estribillo era: «No soy yo, sino que es Dios quien hace».
La celebración de la canonización no debe ser una colocación solemne y conmovedora de don Guanella en un nicho con muchas luces encendidas, sino la alegría de sentir su presencia donde los hombres sufren, esperan, rezan, trabajan para construir un mundo habitable también para los pobres.
Podemos leer al lado una carta imaginaria pero muy realista de lo que don Guanella quisiera que hiciéramos.