Apertura del Año de la Misericordia
Hace cincuenta años, en la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, Pablo VI, en nombre de los obispos de todo el mundo, con los documentos del Concilio, elaborados a lo largo de muchos meses de trabajo, encomendó a toda la Iglesia la tarea de tarea de ser samaritano de la 'humanidad'. La Iglesia "experta en humanidad" escuchó las sugerencias del Espíritu Santo en armonía con la escucha de las alegrías y los sufrimientos de toda la humanidad. Los documentos conciliares son palabras maduradas en la onda de un compromiso pastoral en el intento de dotar a la misma Iglesia, "Madre y Maestra", de herramientas válidas para dar un alma al tiempo y una chispa divina a los cristianos comprometidos en la construcción del Reino planeado por Cristo con su presencia entre nosotros realizada con su Resurrección.
En la clausura del Concilio, los obispos en aquella ocasión quisieron lanzar un mensaje particular a las diferentes categorías de samaritanos comprometidos en socorrer a los heridos en este "hospital de campaña" de nuestra humanidad, heridos de mil maneras. En ese grupo de representantes, junto a hombres de cultura, artistas, científicos, mujeres y jóvenes, también estaba un invitado de la Ópera Don Guanella a quien se le entregó el mensaje del Consejo para «los pobres, los enfermos y todos los que sufren ". Los obispos escuchan los gemidos de los pobres y de los que sufren y la Iglesia «siente sobre sí misma miradas implorantes, ardiendo de fiebre o nubladas por el cansancio, miradas interrogantes que buscan en vano la razón del sufrimiento humano y que preguntan ansiosamente cuándo y dónde el consuelo... ".
Todavía hoy, más que nunca, la Sociedad Don Guanella se siente portadora de este mensaje para traducir en vida concreta la asistencia a los samaritanos, relegados "medio muertos" al lado de nuestros caminos recorridos por la prisa y la indiferencia. El Año Jubilar de la Misericordia es una invitación a vivir este año litúrgico con pasión, con sentimientos de compasión "samaritana", poniendo de pie a las personas heridas en la vida y vislumbrando un futuro lleno de amor y comprensión. Esa “monumental riqueza de la fe”, que construyó el Concilio, necesita una renovada primavera para iluminar con los colores de la esperanza el cansancio de vivir contaminados y agobiados por los venenos del pecado que nos llevan a planificar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios.
El cautiverio del pecado paraliza las buenas cualidades y cultiva los frutos de la enemistad que, a su vez, amenaza continuamente la vida de los hombres para oponerlos al plan de Dios.Abriendo la Puerta Santa, el Papa Francisco dijo que "la historia del pecado es comprensible sólo en la luz del amor que perdona. Sólo a esta luz puede entenderse el pecado. Si todo quedara relegado al pecado, seríamos las más desesperadas de las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre". En la homilía de la Misa de apertura del Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco sostuvo que «El Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por la fuerza del Espíritu que impulsó a su Iglesia a salir del abismo que durante tantos años la había encerrado en sí misma, para retomar con entusiasmo su camino misionero. Era la reanudación de un camino para encontrar a cada hombre donde vive: en su ciudad, en su casa, en su lugar de trabajo». “Será un año para crecer en la conciencia de la misericordia.
¡Cuánto mal se hace a Dios ya su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, sin pretender en cambio que son perdonados por su misericordia! Sí, eso es correcto. Debemos anteponer la misericordia al juicio, y en todo caso el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Por eso, atravesar la Puerta Santa nos hace sentir parte de este misterio de amor y ternura”. Tras la apertura de la Puerta Santa el día de la Inmaculada Concepción, el Papa Francisco nos invitó a mirar el rostro de María "con amor confiado y a contemplarla en todo su esplendor, imitando su fe" porque "la Virgen María, nunca contagiada de pecado, es madre de una nueva humanidad". «Celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción requiere, por tanto –recomendó el Papa– acoger plenamente a Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida y convertirnos, a su vez, en creadores de misericordia, por un auténtico camino evangélico» entonces «esta fiesta de la La Inmaculada Concepción se convierte entonces en la fiesta de todos nosotros si, con nuestro "sí" diario, logramos vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos y hermanas, para darles esperanza, enjugando algunas lágrimas y dando un poco de de alegría".