por Tulio Locatelli
Cuando pienso en San José voy a leer el Evangelio que narra los primeros años de la vida de Jesús y en el que San José tiene una presencia particular.
Pero desde hace algún tiempo me doy cuenta de que San José está presente también en otros pasajes del Evangelio, mucho más allá de la infancia y juventud de Jesús, más allá de la vida de la Sagrada Familia en Nazaret.
A la luz de algunos momentos del Evangelio me parece que se puede decir que San José es un "anticipador", o más bien que San José en su vida ya se había dado cuenta de algunos de los elementos fundamentales que encontramos en el anuncio del Señor. Jesús.
Quizás algunos ejemplos puedan mejorar esta creencia.
“Mirad, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25).
Jesús habla de su venida final y definitiva a la historia y afirma que nadie sabe cuándo sucederá. En otros pasajes del Evangelio, Jesús nos invita a estar atentos porque el Señor vendrá cuando menos se lo espere. En verdad, esto sucede también en la vida de las personas: el Señor se hace presente sin previo aviso, por sorpresa, y quienes lo esperan vigilantes serán bienaventurados.
En la vida de San José cuantas veces el Señor se hizo presente por sorpresa, en la noche. La indicación del tiempo, en la noche, aumenta aún más la sensación de un acontecimiento inesperado, no planificado. Pensemos en cuando San José se enteró del embarazo de María; este es un hecho completamente desconcertante, que revoluciona los planes y sueños de San José. Durante la noche San José fue advertido de huir a Egipto y durante la noche un ángel le anunció la posibilidad de regresar a Israel.
Cada vez que San José obedece, es decir, acoge la invitación del Señor, deja entrar al Señor en su vida.
«Somos servidores inútiles. Hagamos lo que teníamos que hacer" (Lc 17, 10).
Nada sabemos de la muerte de San José, aunque la tradición nos presenta a San José que muere entre Jesús y María y por eso mismo lo invoca como patrón de una buena muerte. En palabras de Jesús, relatadas por Lucas, hay poco aprecio por lo que hacemos, pero él pone atención en hacerlo libremente, sin esperar éxitos o reconocimientos particulares.
No saber nada de la muerte de San José va en la misma línea que el pasaje del Evangelio: San José muere porque cumplió con su deber, realizó plenamente su vocación. Él es el siervo que ahora puede cerrar los ojos en paz porque ha cumplido lo que se le pedía.
"No todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7).
Jesús advierte quién es el verdadero discípulo fiel, el verdadero creyente. Nos dice que seamos coherentes no sólo en palabras sino en hechos y cumplamos la voluntad del Padre. No es fácil: se nos pide que dejemos de lado nuestra voluntad y nos adhiramos a la del Señor, que muchas veces nos lleva por caminos difíciles de comprender. Cuántos porqués, a veces, le preguntamos al Señor antes de decidirnos a realizar su voluntad.
Verdaderamente la vida de San José sólo puede entenderse a la luz de su obediencia a la voluntad del Padre. Una obediencia no hecha de palabras, sino realizada inmediatamente, realizada según el mandato recibido. El mismo Jesús es testigo de esta obediencia, es más, él es quien la comprende plenamente, porque Jesús vino a cumplir la voluntad del Padre.
San José: el hombre de las bienaventuranzas (ver Mt 5, 1-12).
es fácil comparar las bienaventuranzas con la persona de San José: bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los puros, bienaventurados los mansos, bienaventurados los perseguidos, etc. Jesús señalará las Bienaventuranzas como la nueva carta fundamental del discípulo si quiere ser sal y luz del mundo.
San José vivió las Bienaventuranzas tanto como actitud fundamental de su existencia (ejemplo: bienaventurados los puros), como actitud con la que afrontó determinadas situaciones (ejemplo: bienaventurados los perseguidos). Podemos decir que fueron bienaventuranzas verdaderamente evangélicas para San José porque las vivió para cumplir su vocación de guardián de Jesús y esposo de María. En efecto, toda su vida es comprensible a la luz de su matrimonio con María y de su paternidad hacia Jesús. ¡No hay otra razón que ésta! También debemos concluir que mereció el fruto que prevén las bienaventuranzas: verán a Dios, de ellos es el reino de los cielos, serán consolados...
«Bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y muchos justos quisieron ver lo que vosotros miráis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron" (Mt 13, 16-17).
Es cierto que Jesús pronuncia esta afirmación en un contexto particular: hablaba a la multitud con parábolas y muchas veces la multitud no entendía, luego Jesús explicaba el significado de sus palabras sólo a sus discípulos. Por eso son benditos porque están en contacto directo con el Señor y se les revelan los secretos del reino.
Sin embargo, me parece hermoso pensar en José que ve, mira, observa, contempla a Jesús.
Además, San José habla y escucha al Señor en la vida ordinaria de Nazaret, lo oye conversar con María, lo escucha cuando rezan juntos sus oraciones diarias. Ver y escuchar todos los días, pero siempre ricos en ese misterio que conoció San José el día de su anunciación. A veces pienso que ésta era la verdadera bienaventuranza de San José: ver y escuchar al Señor todos los días.
Puede haber otros pasajes del Evangelio que puedan tener conexión con la vida de San José, cada uno de nosotros tiene el deseo de buscarlos y descubrirlos. En esta búsqueda nos acompañará San José quien con su vida nos testimonia que es posible vivir el evangelio.