Haga clic para escuchar el texto resaltado! Desarrollado Por GSpeech
itenfrdeptes

¡Comparte nuestro contenido!

En una casa muy pequeña, sin ventanas ni balcones, vivía un hombrecito. En el tejado había instalado una enorme antena de televisión, con una infinidad de tentáculos metálicos extendidos en todas direcciones, y no había ninguna emisión en el mundo –ya fuera china o australiana– que se le escapara.

Por eso el hombrecito nunca asomó la nariz por la puerta. «¿Por qué debería salir? – dijeron – Tengo el mundo entero en casa: puedo verlo, oírlo, saber todo lo que allí sucede». Después de todo, había desarrollado el hábito de mirar televisión cuando era niño. Y no recordaba el día ni el momento en que había silenciado la pantalla cuadrada, como tampoco recordaba -tal vez porque nunca los había experimentado- las canciones de cuna de su madre o los juegos de su padre. El hombrecito había crecido así, en compañía de la televisión. No se arrepentía, era un orgullo para él pensar que conocía tan bien el mundo a pesar de permanecer fuera de él. Un día escuchó un golpe en la puerta. La abrió y encontró a alguien frente a él que le decía: -Permítame, ¿puedo pasar? - Pero ¿quién eres tú, discúlpame? – preguntó el hombrecito, un poco molesto. - ¿Qué, no me reconoces? Yo soy el mundo. Era él mismo, pero el hombrecillo no estaba encantado. - No digas tonterías – replicó ella, cerrándole la puerta en las narices. De hecho, era tan diferente de cómo aparecía en televisión que ella no lo reconoció. De una idea de Marcello Argilli

Haga clic para escuchar el texto resaltado! Desarrollado Por GSpeech