por Ottavio De Bertolis
La imagen del horno ya no nos resulta familiar y esto explica por qué nos cuesta entenderla. En el mundo antiguo, el de la Sagrada Escritura, era mucho más común: algo parecido también ha quedado en nuestro mundo, por ejemplo si imaginamos un horno de leña, de los que se ven en algunos restaurantes, o un alto horno, estos Sistemas gigantescos donde el metal se funde y las temperaturas alcanzan alturas vertiginosas.
Mirando dentro de ese horno sólo vemos llamas: lo que vemos allí es un lago de fuego. Imaginemos, pues, una llamarada de fuego inagotable: como comprobaréis, se trata de una imagen profundamente bíblica, es la misma zarza ardiente que vio Moisés.
Por eso el Corazón de Cristo es esa llama que nunca se apaga, una fuente infinita de luz y de calor, un fuego que purifica, una luz misteriosa y fascinante. Cabe señalar que esta es precisamente la imagen que nos deja Santa Margarita María Alacoque, cuando describe las visiones que tuvo: «Permanezco a sus pies como una hostia viva, que no tiene otro deseo que ser inmolada y sacrificada, para consumirme en las llamas puras de su amor, donde siento mi corazón disolverse como en un horno de fuego". Aquí ella se siente atraída por su infinita belleza y poder, y su resistencia se disuelve y ella queda profundamente liberada del amor increado. Nuevamente escribe que Cristo pregunta a su corazón, lo coloca en el suyo y se lo muestra "como un pequeño átomo que se consume en este horno de fuego". En la misma aparición, Jesús confía al Santo: "Mi corazón está tan lleno de amor por los hombres [...] que, no pudiendo contener ya en sí las llamas de su ardiente caridad, debo difundirlas", casi continuando lo que dijo: "He venido a traer fuego a la tierra, y cómo quisiera que ya estuviera encendido" (Lc 12, 49).
Estas imágenes utilizadas por Margherita Maria ciertamente reflejan también una cierta sensibilidad, típica de su tiempo, y un lenguaje particular, además inspirado en la espiritualidad de San Francisco de Sales: no necesariamente tenemos que apropiarnos de ellas, pero podemos comprenderlas. ante todo a partir de las Escrituras. Por eso la experiencia de la santa me parece muy parecida a la imagen con la que se describe el amor: «sus llamas son llamas de fuego, llama del Señor; Las grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos lo abruman" (Cantares 8, 6): aquí el amor humano se presenta como imagen del amor divino, como zarza ardiente, como llama inagotable. Nuevamente dice Jeremías: «en mi corazón había un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; Intenté contenerlo, pero no pude” (Jer 20), tal era la fuerza de la Palabra que vibraba en él.
Así también para nosotros acercarse al Corazón de Jesús es acercarse al fuego; Su palabra, Sacramento del amor que nos deja, es luz que ilumina, llama que quema cada pecado, calor que derrite cada frialdad y devuelve vida a cada criatura, calor que se expande en nosotros y que renueva, consuela. y cura.