El Sembrador en los caminos del mundo
por Franco Cardini
Jesús comenzó a enseñar a orillas del lago Galilea a una inmensa multitud. Jesús enseñó muchas cosas usando parábolas. Presentó su enseñanza diciendo: «¡Escuchen! Un granjero fue a sembrar. Mientras sembraba, una parte cayó en el camino... Otra semilla fue donde había muchas piedras... Otra semilla fue entre espinos... Otra parte cayó en buena tierra y creció y dio fruto." El profesor Franco Cardini, catedrático universitario, hombre de familia y discípulo de Jesús nos acompañará este año con sus reflexiones sobre algunas parábolas evangélicas. Agradecemos a Franco Cardini, amigo hermano desde hace muchos años, por el regalo de una lectura actual de la Palabra de Jesús.
Las parábolas y los milagros, en la vida de Jesús, van juntos. Y ambos son intermediarios para el salto hacia otra dimensión. El milagro, como interrupción del orden natural, recuerda realidades supraracionales y suprasensoriales; la parábola, como relato ejemplar, se sitúa fuera del tiempo histórico, en ese tempus illud en el que actúan los arquetipos, y que se asemeja más al tiempo del mito que al de la historia.
En el Evangelio de Mateo tenemos no sólo la exposición de la primera parábola de Jesús, sino también la explicación de por qué le encanta expresarse en parábolas y finalmente, de sus propios labios, la exégesis de la parábola del sembrador.
El escenario es el del lago de Genezaret, o lago de Tiberíades, o Mar de Galilea; El tiempo, el de la predicación entre la Pascua del 28 y la del 29, Jesús está a la orilla del lago, y la gente se agolpa a su alrededor. Luego se sube a un barco, se sienta y comienza a contar tranquilamente una historia muy conocida por aquellos agricultores. Y por así decirlo, la novela del grano de trigo. El sembrador lo esparce en abundancia (y esto no es poca cosa, en una época de frecuentes hambrunas y malas cosechas): pero una parte acaba en el camino y los pájaros la devoran; una parte en terreno pedregoso, donde la tierra es poca, y brota inmediatamente, pero al no tener raíces se seca en cuanto la besa el sol; una parte entre las zarzas, que asfixian las plantitas; otra parte en buena tierra, que sin embargo nunca es buena en la misma medida, por lo que los rendimientos de la misma buena tierra serán mayores aquí y menores allí.
El mismo Jesús explica la parábola en términos que, bajo la metáfora de la semilla de trigo, parecen eclipsar ya el misterio del Verbo hecho carne y de las especies visibles del pan eucarístico en el que esta carne se manifiesta. La semilla sembrada en el camino es la palabra del reino que no ha sido entendida, por eso el diablo se la lleva; lo que cayó entre las piedras es la palabra que cayó en un corazón débil e inconstante, que a la primera dificultad la rechaza y la deja morir; el que cayó entre espinas es la palabra que llega a un corazón oprimido por las preocupaciones del mundo; finalmente, lo sembrado en buena tierra da frutos excelentes en sentido absoluto, pero graduados en sentido relativo. Todo corazón que acoge la palabra de Dios y la hace dar fruto, produce entonces lo que puede producir (de la misma manera, en la parábola de los talentos, cada uno hace que su fruto dé fruto como puede y según sus propias posibilidades). La palabra de Cristo nunca es abstractamente igualitaria y, además, el igualitarismo es una aberración de algunos doctrinarios: no la igualdad formal, sino la equidad es lo que interesa al cristiano.
Por tanto, en esta parábola se sientan los fundamentos de la imaginación cristiana: la palabra divina como semilla; el alma del hombre como terrena, que puede ser buena y mala y que recuerda la tierra de la que están hechos los cuerpos; los pájaros del aire como demonios (este es uno de los muchos significados de un símbolo muy rico, el de las criaturas del aire: pero Dante, en la Divina Comedia, hace que también se llame a un diablo "pájaro malvado") ; la tierra árida y pedregosa como metáfora de la superficialidad y la inconstancia; el terreno espinoso como símbolo de las preocupaciones mundanas que sofocan todo anhelo espiritual. Y ahora nos toca a nosotros imaginar nuestro paisaje espiritual interior, a partir de aquel antiguo panorama agrícola de Galilea: ¿somos caminos abiertos, indefensos ante cualquier tipo de mal, por los que el diablo pueda deslizarse tranquilamente? ¿Somos terreno pedregoso, fácil para el entusiasmo pero también para la desilusión, el cansancio, el desencanto? ¿O zarzas inaccesibles a todo lo que no habla el lenguaje de la riqueza y del éxito mundano, que dejan pasar la palabra de Dios, pero no le permiten echar raíces fuertes?
Por otra parte, muchos otros problemas están implícitos en la página de la parábola del sembrador. El de la gracia y el libre albedrío por ejemplo. Si la palabra de Dios se predica a todos así como la semilla se esparce por toda la tierra, ¿por qué hay tierra buena y tierra mala? ¿Y qué mérito tiene la buena tierra en ser tal, y qué culpa tiene la mala tierra en ser lo que es? «Al que tiene – continúa Jesús – se le dará, y tendrá en abundancia; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado." Una frase dura y oscura, favorecida por quienes quieren demostrar la inconsistencia o incluso la falta de humanidad del lenguaje evangélico.
Pero el tener y el no tener a los que Jesús se refiere aquí son el don de la fe. Quien lo acepte ganará cada vez más espiritualmente; Quien se niegue a acogerlo se verá progresivamente despojado de todo.
Desde Galilea, en aquel tiempo lejano entre el 28 y el 29 d.C., el Verbo hecho carne se disponía a ascender hacia Jerusalén; allí, la semilla se convertiría en pan eucarístico y moriría para dar fruto. La parábola del sembrador es la metáfora de la evangelización y al mismo tiempo el relato del drama de la relación entre el alma de cada hombre y la verdad de la fe.
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios." Esa palabra es la semilla de trigo y el pan espiritual. Jesús, un judío de hace dos mil años, cuenta historias a su pueblo que no posee herramientas intelectuales refinadas y cuyo lenguaje es inadecuado para las abstracciones filosóficas que permitirá, por ejemplo, el griego. Jesús predica a pastores, agricultores, pescadores. Habla de trigo, de redes, de lámparas apagadas o encendidas, de vino, de aceite, de rebaños.
Hoy es difícil captar el verdadero significado de las palabras de Jesús, más allá del diafragma de los siglos y de las versiones: arameo, caldeo, griego, latín. Cristo es la Palabra, pero precisamente la palabra se nos escapa. ¿Tiene sentido en las megaciudades actuales, en la era de la información, seguir hablando de semillas de trigo y lámparas de aceite?
en realidad es necesario volver a la sencillez del lenguaje de Jesús, que es la sencillez arquetípica, de conceptos y de primeros principios.
El Evangelio sirve también a este propósito: despojar nuestro ser y nuestra cultura de florituras y superfetaciones, volver a nuestras raíces mediterráneas y campesinas, volver a imaginar a Dios y al hombre en términos de trigo, pan y tierra. El ateísmo comenzó a echar raíces en nuestro mundo tan pronto como empezamos a pensar demasiado en categorías y conceptos abstractos. Recordemos esto, incluso en la práctica diaria.