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«Hoy conmigo estarás en el Paraíso»

de Madre Anna María Cánopi osb

Tres cruces en el Calvario sostienen a tres hombres condenados a la muerte más humillante y atroz. En el centro los Inocentes, a los lados dos delincuentes. ¿Ladrones? ¿Sedicioso? No importa. La muerte los iguala. Pero el del centro tiene una dignidad incomparable, a pesar de estar cubierto de sangre por las flagelaciones y golpes recibidos previamente.
Jesús de Nazaret no grita, no maldice: mira al cielo, implora al Padre por aquellos que no saben cuán grande es su ignorancia: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Es una tragedia que continúa en todas partes del mundo, en andamios visibles e invisibles; en altas colinas y bajo tierra. Pero ¿por qué en su infame muerte el Hijo de Dios quiso estar en compañía de otros hombres, y precisamente de los peores hombres? Él, que vino a ser Emmanuel, Dios-con-nosotros, tuvo que descender a lo más profundo de la experiencia de la miseria humana y de la desolación humana. Sí, tuvo que llegar a gritar como un hombre abandonado por todos, incluso por Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". (Sal 22,2; cf. Mt 26,46). Y es precisamente este grito el que golpea a los otros dos crucificados: «¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros" (Lc 23,39), dice uno con sarcasmo, sabiendo cuál fue el motivo de la condena de Jesús. El otro, en cambio, reconoce la inocencia del Maestro Nazareno y, reconociéndose culpable, se vuelve hacia Él, diciendo : «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a tu reino» (Lc 23,42). ¡Hermosa oración inspirada desde Arriba! En la hora en que Jesús se siente abandonado incluso por el Padre, un ladrón lo llama por su nombre, como se llama a un amigo, y le habla de su reino, demostrando así que cree que él, aunque burlado, ultrajado y crucificado, es verdaderamente Salvador y Rey y en este rey humillado y desconocido deposita toda su confianza, con humildad y abandono; no exige, no muestra rencor ni rebelión, sino que se fía totalmente de su bondad misericordiosa, y le ruega diciendo: acuérdate de mí, como el salmista, como tantos pobres que, en la hora de la prueba, sólo encuentran refugio y fuerza. en Dios: «Acuérdate de nosotros, Señor, por amor a tu pueblo, visítanos con tu salvación» (Sal 105,4). 
De pie junto a Jesús en la cruz, uno de los dos ladrones, escuchando lo que decía, creyó en su identidad como Hijo de Dios en el momento en que los discípulos de Jesús se dispersaban por miedo y vacilantes en la fe, a pesar de haber escuchado. a su Palabra de vida y a pesar de haberlo visto realizar muchos milagros, un condenado a muerte, un criminal, creyó y - con María que estaba al pie de la cruz - mantuvo encendida la lámpara de la fe en las tinieblas del Viernes Santo. Tal fe – comenta san Agustín – es ya el primer fruto de la Pasión de Cristo: «¡Gran fe! No sé qué se puede añadir a esta fe... Cuando los discípulos vacilaron, él creyó. ¡Qué hermoso fruto sacó Cristo de aquella madera seca! (Discurso 232,6). Tal fe conmovió una vez más el corazón de Jesús, como lo había conmovido la fe de la cananea (cf. Mt 15,21-28), y él inmediatamente respondió: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en paraíso" (Lucas 23,43). Mientras que el ladrón había pedido un "recuerdo" para un futuro indeterminado, para un mañana quizás lejano, promete una recompensa para hoy: "Tú - parece decir - has forzado la puerta del reino de los cielos, has cometido violencia con tu fe y lo conseguiste. No dejo para más tarde la recompensa, doy hoy lo que debo a vuestra fe extraordinaria" (Ibíd.). La salvación esperada en un tiempo futuro está garantizada hoy con autoridad soberana. La promesa de Jesús, reforzada por el uso de la expresión: "en verdad", equivale al Amén que tiene valor de eternidad. El ladrón apoya su vida en la roca sólida que es Cristo.
He aquí, pues, cómo un criminal se convierte en santo in extremis y es recordado y venerado por la Iglesia. ¡Entra con Jesús en el día de la salvación, es acogido en los brazos del Padre celestial junto con el Hijo amado enviado como Hermano primogénito para redimir a sus hermanos!
El hoy de la salvación traída por Jesús concierne a toda la extensión de los tiempos. En él el pasado se redime con el perdón, el presente se llena de la gracia divina y el futuro se abre con la esperanza de "una vida verdaderamente vivida" con Él en el Cielo. Por eso, de hecho, Él se hizo hombre y vino a vivir con nosotros, para hacernos aptos para vivir para siempre con Él en su Reino. 
Cada día todos nosotros, crucificados de diversas maneras con Cristo, podemos experimentar el acontecimiento de salvación que le sucedió al buen ladrón, la experiencia de pasar de la cruz al Reino de la vida y de la alegría sin fin. Todo depende de cómo miremos nuestras cruces. El Evangelio no indica el nombre de ninguno de los dos ladrones, porque su nombre es el nuestro, y nosotros, como ellos, debemos elegir cómo mirar el Crucifijo que está en el centro de nuestra vida y de nuestras elecciones. 
Saber apreciar las cruces cotidianas y las múltiples pruebas de la existencia humana es fruto de una sabiduría que viene de Arriba y que Dios da a los humildes y mansos de corazón, a aquellos que creen que el Inocente ha venido a abrir la puerta a El paraíso para nosotros pagando el rescate de nuestros pecados con su sangre. El buen ladrón tenía esta fe sencilla, y por eso, como dice con buen humor San Pedro Crisólogo, era tan hábil en su oficio que «a punto de morir raptó el perdón, se apoderó de la vida, irrumpió en el Paraíso e irrumpió en el Reino». ! (Disco 167). ¡Un hermoso ejemplo que no debe olvidarse! Donde la oscuridad del miedo y la muerte es más espesa, un rayo de luz y esperanza brilla más.
 
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