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La vida del cristiano se teje en torno a la Eucaristía de la que extraemos luz, energía y vitalidad para dar testimonio del evangelio de Jesús.

por Gabriele Cantaluppi

Una amiga mía se confesó porque había faltado a misa el domingo y creía haber cometido un pecado mortal. El sacerdote le dijo que no ir a misa es un pecado grave, pero no mortal. Estoy seguro de que no ir a misa el domingo es pecado mortal, porque viola el tercer mandamiento. ¿O puedes reemplazarlo yendo en un día laborable?

Juan Pablo II, en la exhortación postsinodal Reconciliatio et paenitentia del 2 de diciembre de 1984, quiso recordar que en la doctrina de la Iglesia el pecado grave se identifica con el pecado mortal:

«Siempre es cierto que la distinción esencial y decisiva es entre el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural: no hay término medio entre la vida y la muerte [...] por lo tanto, el pecado grave se identifica prácticamente, en la doctrina y acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal" (n. 17). Por tanto, no existe una tercera clase de pecado, porque todos los pecados graves son mortales y todos los pecados mortales son graves.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «La Eucaristía dominical establece y confirma toda acción cristiana […]. Quien deliberadamente no cumple con esta obligación comete un pecado grave." (n. 1281).

La Iglesia, consciente de la liberación aportada por Cristo y de ofrecer la existencia como ofrenda de sí mismo a Dios, quiso un precepto para la Eucaristía dominical.

La obligación dominical, recordó Benedicto XVI, es "una fuente de auténtica libertad para poder vivir cada dos días según lo que se celebraba el 'día del Señor'". Y continúa afirmando que «las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen justificaciones legítimas para el precepto del descanso dominical», pero invita a garantizar que «los fieles velarán por que las justificaciones legítimas no creen hábitos perjudiciales para la religión, la vida familiar y salud" (2185).

Ante la necesidad del trabajo dominical, el CIC invita: "cada uno se sienta responsable de reservar tiempo suficiente para la libertad" (1287), es decir, para encontrar otro momento de recarga espiritual y física.

El Papa Francisco, en la mañana del 10 de febrero de 2014, recordó que la misa «no es una representación; es otra cosa. De hecho, es la Última Cena; es precisamente vivir una vez más la pasión y la muerte redentora del Señor”. Y agregó: «Oímos o decimos: “Pero ahora no puedo, tengo que ir a misa, tengo que ir a oír misa”. No se oye misa, se participa".

Es algo diferente a otras formas de nuestra devoción, precisó, poniendo el ejemplo del pesebre viviente "que hacemos en las parroquias en Navidad, o el Vía Crucis que hacemos en Semana Santa". Éstas, explicó, son representaciones; la Eucaristía es «una verdadera conmemoración, es decir, una teofanía. Dios se acerca y está con nosotros y participamos del misterio de la redención".

Además de la Eucaristía, la Palabra de Dios contempla también el descanso festivo como aspecto fundacional del domingo (2185, 2187). El cristiano en ningún caso es libre de elegir él mismo el día de la semana para satisfacer el precepto y, en cualquier caso, no participar no debe convertirse en una costumbre. La fe, si no se alimenta, está destinada a permanecer desnutrida, a convertirse sólo en una idea, o más bien en una idea cada vez más lejana hasta extinguirse.

De ello está convencido don Guanella: «El domingo es el día del Señor y él es bendito. En este día, levántate de la tierra y entra en comunicación con Dios. En el día de la celebración, sé como si estuvieras en una antecámara del paraíso y comprométete a conversar con tu Padre".

Porque “fuiste creado para Dios. Para vosotros cada día es día santo del Señor, pero entre los días de la vida, el día más bendito es aquel en el que todo un pueblo se reúne contigo para glorificar al Altísimo.

En este día te ofreces al Señor, como el sacerdote presenta la hostia a Dios Padre en el ofertorio de la Santa Misa"