
El período de Cuaresma quiere resaltar una fase crítica que precede a una transformación. Un tiempo de gestación para el nacimiento de nuevos pensamientos y nuevos estilos de vida. Un tiempo de trabajo silencioso esperando el florecimiento.
Al definir el período de Cuaresma, Mons. Tonino Bello presenta una imagen estupenda y muy sugerente. Dice: este período de Cuaresma "comienza con un champú de ceniza y termina con el lavado de los pies". Así, de pies a cabeza, toda la vida pasa bajo el baño de la purificación del sentido de vivir y del compromiso al servicio de los ideales alimentados por el Espíritu Santo en momentos de oración, generosidad y penitencia.
«El champú de ceniza» tiene como elementos el esplendor de las ramas de olivo, bendecidas el Domingo de Ramos, pero los olivos también fueron testigos del sufrimiento de Jesús en soledad en Getsemaní.
Además, la Iglesia lleva a cabo el rito de imposición de las cenizas cuarenta días antes de la Pascua. El número cuarenta en el panorama de la historia de la salvación es una encrucijada de novedades. La primera vez que el número cuarenta se encuentra en el diluvio, cuando Dios contrae el pacto de alianza con Noé y el cielo se ilumina con los siete colores del arco iris. Moisés en su cuadragésimo año es llamado por Dios para comenzar su misión. Moisés permaneció en el Sinaí durante cuarenta días antes de recibir el Decálogo. El viaje desde la esclavitud en Egipto hasta la Tierra Prometida dura cuarenta años. Incluso el Nuevo Testamento es atravesado por el número cuarenta en momentos significativos. Cuarenta son los días desde el nacimiento de Jesús hasta su presentación en el templo. Han pasado cuarenta días en el desierto. Su predicación dura cuarenta meses. Su resurrección se produce tras cuarenta horas de permanencia en el sepulcro y cuarenta son los días en los que Jesús aparece resucitado a los apóstoles antes de su ascensión al cielo.
Al final de la Cuaresma somos invitados a participar de la Cena de Jesús con los apóstoles; Jesús se levanta de aquella mesa, se pone el delantal de criado y lava los pies de sus invitados. En esa circunstancia se abre la entrada a la plenitud de la comunión con el Padre a través de Jesús, siervo por amor a la humanidad. Ese pan compartido y esa lavanda marcan el límite entre la vida vieja y la nueva. Sólo el alma que durante el éxodo de cuarenta días ha experimentado la luz de la purificación y se nutre del pan de la vida eterna es capaz de afrontar las tinieblas de los malestares y las derrotas.
Sólo descendiendo a las profundidades oscuras del alma, caminando a través de la espesura del mal y la maldad que acechan en el alma, podemos alcanzar la luz de la redención. La Pascua no es una meta, sino una partida para caminar por caminos nuevos iluminados por la luz de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte.