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¿Es hora de una fe DIY?

Con el inicio del confinamiento mucha gente se alejó de las iglesias. Cuando finalmente, con prudencia, los ritos comenzaron a celebrarse presencialmente, surgieron entre los fieles dos tendencias opuestas, a menudo justificadas por el "miedo" al virus. 

Algunos participaron en las celebraciones pero sin recibir la comunión eucarística, alegando miedo al contagio y el sentimiento de indignidad de recibir la sagrada hostia en la mano y luego llevársela a la boca.

Otros, siempre justificados por el miedo, han abandonado su presencia en los servicios religiosos, con la motivación de que se puede orar en cualquier lugar sin necesidad de "ir a la iglesia", ya que el Señor está presente en todas partes.

Ambas actitudes, especialmente la segunda, han puesto de relieve claramente una plaga que caracteriza nuestra vida eclesial desde hace un milenio, especialmente a nivel popular: el devocionismo privado.

Para decirlo en una palabra, buscamos el consuelo de Dios más que el Dios de todo consuelo; es decir, uno se centra más en uno mismo que en Dios.

Esta actitud rechaza categóricamente uno de los aspectos fundamentales de la reforma litúrgica subrayada por el Concilio Vaticano II, a saber, «la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza misma de la liturgia y en la que el pueblo cristiano, "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo comprado", tiene un derecho y un deber en virtud del bautismo. En efecto, la liturgia es la fuente primera y, además, necesaria, de la que los fieles pueden extraer un espíritu verdaderamente cristiano" (Sacrosantum Concilium 14). 

Recordemos que el término "iglesia" es la abreviatura del más completo "domus ecclesiae" o "casa de la comunidad", un lugar donde los hermanos se reúnen en un encuentro que expresa la experiencia de la caridad y de la comunión fraterna y que encuentra su culminación en la comunión con el Señor Resucitado en la celebración del Misterio Eucarístico.

La iglesia, casa de la comunidad, es por tanto lugar de comunión y debe subrayarse que esta participación no es una cuestión de intimidad y devoción personal, sino que implica siempre una eclesialidad.

San Agustín recuerda no sólo que la Iglesia está significada en la Eucaristía, sino que incluso cuando la comunidad celebrante se dispersa para volver a sus realidades cotidianas, la unidad no se rompe, sino que continúa en la alabanza y la acción de gracias que se traduce en la vida cotidiana.

El autor de la carta a los Hebreos recomienda a los cristianos no abandonar las reuniones para la oración comunitaria, haciéndose eco del pensamiento del mismo Señor, después de que él reiterara negativa y positivamente la urgencia de comer su Carne y beber su Sangre.

Se trata de recuperar la urgencia de estar presentes en la casa comunitaria para recordar el Misterio de Cristo y ser reunidos por el Espíritu Santo en un solo cuerpo para la participación activa y consciente en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

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