¿Cómo era Jesús?
por Gabriele Cantaluppi
En última instancia podríamos responder de manera muy simple y apresurada que no sabemos nada, porque los Evangelios y los demás escritos del Nuevo Testamento no nos dicen nada sobre la apariencia física de Jesús. Captamos en los relatos evangélicos algunos de sus momentos de emoción, de perturbación, de tristeza. alegría, incluso de angustia; lo vemos llorar, sufrir, alegrarse, incluso bromear, dormir y comer además de caminar y cansarse. También aprendemos de su relativa juventud: Lucas 3:23 nos dice que "Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio".
También podemos notar un detalle sobre la vestimenta de Jesús: Juan nos dice que los soldados echaron suertes sobre su túnica, un vestido bien hecho "sin costuras, tejido de una sola pieza, de arriba a abajo" (Jn 19, 23-24).
Mateo nos dice que durante la Transfiguración "su rostro resplandeció como el sol" (Mt 17, 2) y Lucas que "el aspecto de su rostro cambió" (Lc 9, 29). Pero, además de que estas anotaciones no nos permiten imaginar ningún otro aspecto que el brillo, la circunstancia sugiere que se trata de un momento muy particular, un cambio de apariencia (transfiguración) que no nos permite detectar la aspecto real de su rostro.
El Mesías no podría haber sido muy diferente de la gente promedio nacida en el Medio Oriente hace dos milenios. Pero Jesús no debía ser muy parecido físicamente a sus otros discípulos, de lo contrario Judas no habría tenido motivos para señalar al Mesías con un beso. Además, según muchos estudiosos, si Jesús hubiera sido diferente de todos los demás, la Biblia seguramente habría hablado mucho más de él.
Ahora estamos acostumbrados a una cierta imagen de Jesús, más bien estandarizada.
Esta imagen ha sido codificada a lo largo de una larga historia esencialmente ligada a dos tradiciones muy antiguas.
La que quiere que Lucas haya oído la historia de la vida de Jesús de boca de la propia Virgen María, y con tanto detalle como para poder obtener un retrato pictórico, en la base de toda la iconografía bizantina del rostro de Cristo que en Este hecho dio forma a todas las demás actuaciones posteriores.
La segunda tradición se refiere a dos reliquias muy famosas del propio Jesús, a saber, el Velo de la Verónica (el nombre es significativo: un verdadero icono) y el de la Sábana Santa. Ambas reliquias tienen una larga historia y ambas están envueltas en numerosos misterios. Pero resulta sumamente sorprendente que se superpongan casi a la perfección y revelen un solo rostro.
Si no podemos decir con certeza cómo era Jesús, podemos sin embargo tomar como propia la opinión de un gran teólogo, Santo Tomás de Aquino. Afirma que «se dice que el hombre es bello principalmente por dos cualidades: por la belleza de su mirada y por su palabra, agradable al oído. Bueno, ambas cualidades existían en Cristo. Y algunos episodios evangélicos también lo demuestran. Pero en Cristo estaba también la belleza de la apariencia. Cristo tenía esta belleza de manera suprema, como correspondía a su estado, reverencia y belleza en la apariencia, de modo que irradiaba algo divino de su rostro y por eso todos lo honraban" (ver Comentario al Salmo 44).