Representa a Jesús sentado en el trono, mientras señala con su mano derecha su corazón, rodeado de luz, envuelto en una llama, rodeado de espinas y coronado por la cruz (es la representación del Sagrado Corazón que es muy conocida y consagrada por muchos artistas). Las figuras que rodeaban el trono divino despertaron en mí mayor curiosidad. A un lado aparece San José, con el báculo florido, en actitud de oración; en el medio, San Luigi Gonzaga se arrodilla en adoración mientras un ángel le presenta el lirio de la pureza y los instrumentos de penitencia; al otro lado San Pedro sostiene las llaves con la mano derecha y señala a Jesús con la izquierda. Es una composición que refleja los gustos de casi toda la pintura sacra posterior al Concilio de Trento y quizás no te guste. Está realizado con buena técnica pictórica, ¡pero le falta novedad!
Sin embargo, este retablo de Caliari me llamó la atención y me sugirió algunas breves reflexiones que comparto aquí, para acompañar el mes de junio dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
Pensé que los tres santos que rodean el trono del Señor (probablemente elegidos por el pintor por alguna devoción local, sin vínculos particulares entre ellos) expresan en el cuadro lo que los identifica: señalan a Jesús como centro de su persona. Coronan al Señor y sugieren al observador que Jesús es para ellos la "fuente de todo consuelo" (como se invoca en las Letanías del Sagrado Corazón), de quien ya no pueden separarse. Están ahí para decirnos que ese "consuelo" es el gozoso descubrimiento que los une, no sólo en el cuadro sino sobre todo en la realidad de sus vidas (a pesar de ser tan diferentes entre sí). En definitiva, reafirman el mensaje que todos los santos tienen que comunicar, es decir, que aman a Jesús y que en este amor encuentran todo bien.
Son tres santos cristianos y, por tanto, tres hombres "reales". El siervo de Dios don Luigi Giussani escribió: «El santo es el verdadero hombre, un verdadero hombre porque se adhiere a Dios y, por tanto, al ideal para el que fue construido su corazón». La condición de estos tres santos coincide con la de quienes vivieron verdaderamente su humanidad: esto sucedió porque encontraron y "abrazaron al humilde Dios Jesús" (como dice San Agustín). Son tres hombres de verdad y nos cuentan que sus corazones (como el nuestro) estaban inquietos, esperando, marcados por una secreta e inefable esperanza. Cuando encontraron a Jesús, encontraron la "fuente de todo consuelo", es decir, la respuesta a cada pregunta y a cada deseo.
Estos tres santos (tres hombres) indican finalmente que toda la tarea del cristiano, por tanto toda la tarea humana, se resume en una oración breve y sencilla, que se repetirá en el mes de junio pero también más a menudo, posiblemente siempre: «Dulce Corazón de Jesús, hazme amarte cada vez más." No hay nada que pedir más que amarlo; entonces basta con dejar que esta oración dé sus frutos.