El objetivo fue recordar y reflexionar sobre el lugar privilegiado que tienen los niños en el Evangelio. Jesús los señala como ejemplo para sus discípulos (y para nosotros): "En verdad os digo que si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18). También es conmovedor el evangelista Marcos, que recuerda el abrazo de Jesús a uno de ellos: «Tomó a un niño, lo puso en medio y, abrazándolo, dijo...» (Mc 3, 9). Un abrazo de Jesús y un amor divino que San Pío): «Con qué amor de predilección Jesucristo (quam singular Christus amor...) amados hijos en la tierra, está claramente atestiguado en las páginas del Evangelio".
Por tanto, toda iniciativa para llevar a los niños a Jesús es muy apropiada. Es necesario siempre obedecer la palabra del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis" (Mc 10, 14). ¡Bendito, por tanto, el Día Mundial del Niño! Pero, ¿todo esto nos dice algo a nosotros los adultos, tal vez a nosotros, los de edad avanzada? Un anciano, Nicodemo, expresó sus dudas a Jesús; Al encontrarse con él por la noche, le hizo una objeción explícita: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?" (Jn 3,4). Casi como para decirle que proponer a los adultos algo específico para niños no tenía sentido.
Jesús respondió a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios". Por lo tanto, es en el "nacimiento del agua y del Espíritu" que se realiza el camino para volver a ser niño incluso cuando se es viejo. ¡Y ésta no es una exhortación piadosa, sino algo necesario! Jesús llega incluso a decir que si no se vuelve a ser niños a través de este "nacimiento", no se puede entrar en el reino de los cielos, no se puede ir al Cielo.
En este "nacimiento", en el agua del Bautismo (y luego en el pan de la Eucaristía; por eso Pío ese niño. ¡Ay de nosotros los adultos si buscamos acciones difíciles, posibles para los adultos pero imposibles para los niños! Más bien, debemos dejarnos "llevar en brazos" de Jesús, redescubriendo el abrazo sencillo y fácil del Bautismo y la Eucaristía. Experimentados del mismo modo que los reciben los niños, estos dones también nos ofrecen a los adultos la posibilidad de renacer.