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Leyendo los relatos de los evangelistas, observa: «Se confirma que en José había amabilidad y imagen de justo, para hacer más digna su calidad de testigo. En verdad, la boca del justo no conoce mentira, y su lengua habla juicio, y su juicio dice verdad."

Y en el vivo deseo de presentarlo como un hombre justo, advierte que el evangelista, al explicar «El misterio inmaculado de la encarnación», vio en «José un hombre justo que no podía haber contaminado el Sancti Spiritus templum, es decir, el Madre fecundada del Señor en el seno materno por el misterio" del Espíritu Santo.
Afirma además: «No os extrañéis de que la Escritura llame a María esposa. Porque el matrimonio no consiste en privarse de la virginidad sino en jurar comunión de vida." La imagen de Ambrosio a la entrada de nuestra basílica nos hace suplicantes con las palabras del himno litúrgico dedicado a él: "Con tu azote ahuyenta a la furiosa bestia del infierno: guarda el rebaño que una vez guiaste" (“Jam nunc furentem Tartari lupum flagelo submove; quem Pastor olim rexeris, gregem tuere jugiter”).