La catequesis del Papa Francisco
«Existe una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos concierne a todos, nos interpela de manera profunda, sobre todo cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los más pequeños, a los indefensos de un modo que nos parece "escandaloso". Siempre me ha llamado la atención la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en una amenaza que hace añicos cada sueño, cada perspectiva, que rompe cada relación e interrumpe cada camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo cerrado entre dos polos: nacimiento y muerte; cuando no creemos en un horizonte que vaya más allá del de la vida presente; cuando vives como si Dios no existiera.
Esta concepción de la muerte es propia del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como encontrarse casualmente en el mundo y caminar hacia la nada. Pero también existe un ateísmo práctico, que es vivir sólo para los propios intereses, vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos atrapar por esta visión errónea de la muerte, no nos queda más remedio que ocultarla, negarla o trivializarla, para que no nos asuste."
Pero el "corazón" del hombre se rebela contra esta falsa solución, el deseo que todos tenemos de lo infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Entonces, ¿cuál es el significado cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestras vidas, cuando hemos perdido a un ser querido -padres, un hermano, una hermana, un cónyuge, un hijo, un amigo- nos damos cuenta de que, incluso en el drama de la pérdida, incluso desgarrado por la separación, surge del corazón la convicción de que todo no puede terminar, que el bien dado y recibido no fue inútil. Hay un poderoso instinto dentro de nosotros que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. Y esto es cierto: ¡nuestra vida no termina con la muerte! Esta sed de vida encontró su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no sólo da la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que también ilumina el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, podremos afrontar incluso el paso de la muerte con esperanza y serenidad. De hecho, la Iglesia reza: "Si la certeza de tener que morir nos entristece, la promesa de una futura inmortalidad nos consuela". ¡Esta es una hermosa oración de la Iglesia! Una persona tiende a morir como vivió. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré dispuesto a aceptar el momento final de mi existencia terrena como el abandono definitivo y confiado en sus manos acogedoras, esperando contemplar su rostro cara a cara.
Esto es lo más hermoso que nos puede pasar: contemplar cara a cara ese maravilloso rostro del Señor. Pero, viéndolo tal como es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Llegamos hasta aquí: encontrar al Señor.
En este horizonte comprendemos la invitación de Jesús a estar siempre dispuestos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, la del Padre celestial. Y para ello existe un camino seguro: prepararse bien para la muerte, permaneciendo cerca de Jesús: esa es la seguridad. Me preparo para la muerte estando cerca de Jesús ¿Y tú cómo te mantienes cerca de Jesús? Con la oración, en los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final [...].
(miércoles 27 de noviembre de 2013)
La catequesis del Papa Francisco